Comentario: La Declaración del Punta del Este sobre Dignidad Humana para todos en todo lugar

Ana María Celis Brunet is una Profesora Permanente de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile y dirige el Centro UC Derecho y Religión.

En octubre de 2021, gracias al liderzago de ICLRS, nos reunimos cuatro países del Cono Sur— Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile—en un Foro acerca de dignidad humana y libertad religiosa. Parece particularmente importante dedicar un tiempo a la reflexión sobre la dignidad humana para todos y en todo lugar que corresponde al título de la Declaración del Punta del Este del año 2018.

La Declaración constituye la consolidación de la reflexión de un grupo de personas, gracias a las conversaciones motivadas por Jan Figel—anterior representante de libertad religiosa para los países no europeos de la Unión Europea—con el apoyo del ICLRS.  En ella, se aprovechó de fundamentar y desarrollar mejor la libertad religiosa como un derecho humano fundamental, a propósito de los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos enfatizando la perspectiva de la dignidad humana.

A pesar de los matices de diferencia que tenemos entre los cuatro países del Cono Sur, nos reune el que la libertad religiosa suele dejarse de lado respecto de otros derechos humanos fundamentales, como si fuese la hermana olvidada, sin recordar que es la base capilar de todos ellos. Por lo demás, sin libertad de conciencia, de religión y de creencias, es difícil que existan también otras posturas a nivel de educación, salud, vida, propiedad, asociación y expresión por nombrar solo algunos de los demás derechos con los que se relaciona la libertad religiosa.

Entonces, el contexto de la dignidad humana para todos y en todo lugar, intenta volver a centrarnos en que la libertad religiosa es un derecho humano fundamental que no va promovido desde una postura política, sino desde el sentido de la vida que—creemos—todas las personas se preguntan. Cada persona, cada ser humano, se pregunta por el sentido de su existencia y la finalidad de su existencia. En concreto, son preguntas connaturales a la existencia humana indagar por qué estamos aquí, cual es la finalidad de la propia existencia, sin que los que adhieren a una u otra opción política se hagan más preguntas o se las respondan mejor. Las confesiones religiosas son quienes primero están al lado de las personas mientras se hacen esas preguntas y prestan su apoyo, sea que se determine a nivel personal que se trata de un sentido religioso de la vida, o como postura ética, cultural o étnica.

Al firmarse esta declaración, se busca recordar que la dignidad humana es un asunto de todos, y que la libertad religiosa surge o emana de ella. Por lo tanto, no puede desaparecer por conveniencias políticas, no puede usarse políticamente su promoción pero, también, exige el tratar de llegar a acuerdos o tratar de llegar a consensos en distintas materias, reconociendo nuestras diferencias. Y en eso, el sello en materia de proponer esta perspectiva en el cono sur, requiere profundizar cómo las instituciones religiosas, o de distintas creencias, están colaborando permanentemente con los estados. Entonces el estado no tiene por qué retraerse, avergonzarse, o preguntarse si apoya o da financiamiento a una u a otra confesión religiosa, por ejemplo. Porque lo que se hace en nuestros países por instituciones religiosas es fundamentalmente colaborar con restaurar la dignidad de las personas en situaciones de vulnerabilidad, en situaciones de inmigración, en situaciones de pobreza total, en situaciones en que el estado no alcanza a llegar en materia de educación. Y por lo tanto es un hecho que las entidades que son las primeras colaboradoras del estado. Recientemente escuchamos al director de la oficina nacional de asuntos religiosos de Chile subrayando que las entidades religiosas son aquellas sirven en tantos rincones en nuestro país porque efectivamente es así y creo que es probable que ocurra aquello en todos los países del Cono Sur.

En este tiempo de pandemia, en el que estuvimos casi en un laboratorio, y en el que vivimos sin la comprensión en nuestros países de lo que, por ejemplo. significa para nosotros celebrar el culto como parte de nuestras creencias, o la asistencia religiosa que queríamos dar a las personas enfermas y a sus familiares, o la despedida de los restos mortales de quienes fallecieron a causa del COVID-19. En el paso por esta especie de laboratorio en el que aun nos encontramos y lo recuerdan permanentemente nuestras mascarillas, nos tiene que enseñar que en esto vamos juntos.

Ir juntos no es solamente respetar nuestras diferencias. Había un autor que decía, “El que conoce una sola religión, en la realidad no conoce ninguna” [1]. Porque solo se queda con el conocimiento propio sin saber que hay otras formas de mirar la vida. Eso no significa estar en una campaña por ir cambiando nuestras religiones sino inspirarnos en un respeto profundo a las creencias y las opciones que hacen otros.

En ese sentido, la Declaración del Punta del Este y otras iniciativas similares, contribuyen a esa mirada en Chile, en el Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR), en el Instituto de Estudios Religiosos (Uruguay) y, espero que también en Paraguay. La idea de ir juntos como entidades religiosas—indagando, proponiendo iniciativas, colaborando para que se sepa lo que hacemos—puede ser un camino que profundice esa actitud fundamental de servir a todos y en todo lugar.

Es tiempo que, desde las mismas confesiones religiosas se visibilice ese ideal de persona que se entrega a otros, no porque sean de su misma creencia o su mismo partido, sino que fundamentalmente porque son personas que merecen ser atendidas en los distintos ámbitos en donde se encuentren. Por lo mismo, esta base de la dignidad humana que ofrece la Declaración del Punta del Este, puede seguir completándose y ser dinámico en las iniciativas, en la profundización, y sobre todo, en el ejercicio de nuestro culto o de nuestras creencias. Sin necesidad de que resquemores ante el otro, sino que en una celebración gozosa, porque tenemos un sentido de la vida que queremos compartir, que no queremos imponer, pero que también sirve para el desarrollo humano para otras personas.

[1] T.W. Doane, Bible Myths and Their Parallels in Other Religions pág. i (Project Gutenberg EBook, 7th ed. 2010) (1882) (citando al Profesor Max Müller).

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